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Enero 2011
Edición No. 275
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mis sexeniosMis sexenios (46)

José Guadalupe Robledo Guerrero.

El inicio del sexenio montemayorista
Rogelio Montemayor terminó su primer año de gobierno con los aplausos de los invitados al Informe, pero un mes después los empresarios le estaban exigiendo la destitución del Procurador Humberto Medina Ainsle por la inseguridad que había en Coahuila. En la región sureste habían aparecido delitos que eran desconocidos, como secuestros de personajes pudientes, asaltos a mano armada en restaurantes y en la calle a plena luz del día, asaltos a traileros, y los robos de domicilios particulares se habían incrementado.

Pero no sólo el Procurador había mostrado su ineptitud, otros montemayoristas también eran acusados de hacer negocios a la sombra del poder, como Óscar Olaf Cantú y Baltasar Hinojosa, quienes para estas fechas ya estaban construyendo sus residencias en lujosos fraccionamientos. También el tesorero estatal, Antonio Juan Marcos Issa, era objeto de señalamientos de corrupción, pero en esos momentos quien más sobresalía por su deshonesta actitud era el director estatal de Obras Públicas, Omar Fernández de Lara.

De esa época recuerdo una anécdota: A principio de noviembre de 1994, dos meses antes de que Montemayor cumpliera su primer año de gobierno, mi amigo Gustavo Flores Esparza me transmitió una invitación a comer que me hacía don Luis Gutiérrez Treviño, y para hacerla atractiva me dio un adelanto: -Te va a dar una información confidencial sobre Omar Fernández de Lara.

La cita fue en el Club Campestre, luego de comer don Luis fue al grano y sumamente enojado me contó que Omar Fernández le había exigido a su hijo Gustavo Gutiérrez Gutiérrez (propietario de Anaconda Construcciones) una fuerte cantidad de dinero a cambio de seguirle dando contratos de obra pública, adviriéndole que si no le daba lo que le pedía, lo iba a mandar a la chingada.

Don Luis me dijo que utilizara esa información como quisiera, pero al pedirme que denunciara “a ese cabrón”, le dije que lo haría con una condición. ¿Cuál?, me preguntó. Si hay un reclamo, le dije, usted tendrá que responder, denunciando lo que me acaba de decir.

Don Luis aceptó, y ese mismo mes, en la sección Información confidencial de El Periódico... publiqué una pequeña nota sobre lo que sucedía en la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas del gobierno del Estado, y en un párrafo incorporé lo siguiente: “Se asegura que aprovechando el puesto de director de Obras Públicas, Omar Fernández de Lara solicita dinero a los constructores a cambio de favorecerlos en los concursos de obra pública. Hace algunas semanas, por ejemplo, un miembro de una conocida familia de la localidad que tiene apellido revolucionario y que se dedica a la construcción, recibió de Omar la exigencia de dinero a cambio de gozar de su favoritismo. El empresario, molesto con el funcionario, nos comentó sobre las malas mañas del Director estatal de Obras Públicas”.

Quince días después, ni tardo ni perezoso, el Contralor del Estado, Juan Antonio Cedillo Ríos, me envio un oficio en referencia al párrafo publicado porque según él: “incluyen hechos que pudieran constituir infracciones administra- tivas o bien, hechos delictuosos cometidos por funcionarios... Distraemos su atención para solicitarle se sirva aportar a esta Secretaría de la Contraloría las pruebas y elementos en que fundan tales afirmaciones”.

El ingenuo Legionario de Cristo, Cedillo Ríos, creyó que con ese oficio me intimadaría. Tal vez hasta soñó con demandarme por difamación. Busqué a don Luis para mostrarle el oficio y ponerme de acuerdo con él para responderle al Contralor. En esa ocasión supe que don Luis conocía bien a Cedillo Ríos, incluso se iban juntos de cacería. Le dije que me acompañara a la Contraloria para que él mismo le dijera al Contralor quién era el tal Omar Fernández de Lara.

Pedí cita y me la concedieron para el día siguiente en las oficinas de la Contraloría del Estado. Allí nos citamos don Luis y yo. Llegué cinco minutos antes para anunciarme, y mientras esperaba que me recibieran llegó don Luis al lugar.

Al entrar al despacho del Contralor, Cedillo Ríos se sorprendió de que iba acompañado de don Luis Gutiérrez. Para no ser testigo de la hipocrecia con que se tratan los “notables”, de inmediato aclaré la situación, y haciendo caso omiso de la invitación a sentarme, puse al tanto al Contralor de las cosas que ignoraba.

Vine, le dije, porque en su oficio me pide que le aporte pruebas sobre la corrupción de los funcionarios estatales. Quiero decirle que mi labor de periodista es denunciar las prácticas nocivas de los funcionarios, y a usted como Contralor le corresponde investigar los ilícitos que se hacen al amparo del poder. Sin embargo, aquí estoy para ayudarlo a hacer su trabajo. Don Luis Gutiérrez, a quien usted conoce, le dará los elementos que usted me pidió. Ojalá le sirvan para castigar a Fernández de Lara que sólo es uno de los tantos corruptos que hay en el gobierno estatal.

Dicho lo anterior, me despedí y abandoné el lugar. Luego, don Luis me diría que había denunciado ante el Contralor al Director de Obras Públicas del Estado, y que Cedillo Ríos se había comprometido a informarle al gobernador de la situación, y que pronto el funcionario corrupto tendría su castigo. “Ten la seguridad, le dijo el Legionario de Cristo, que para mañana ya no está en su puesto Omar Fernández de Lara”.

En respuesta, Omar Fernández de Lara se fue de vacaciones a Aspen, Colorado y no lo despidieron del cargo, por el contrario, meses después lo hicieron Delegado del CAPFCE en Coahuila, donde tuvo mayor presupuesto y condiciones más rentables para solicitar mochesd institucionales. No hay duda que Montemayor protegió a los corruptos en su gobierno.

Pero la corrupción en el gobierno montemayorista estaba en todas las áreas. A la secretaria de Salud, Lourdes Quintanilla Rodríguez, dos años antes le habían detectado en la UAC un fraude que había realizado con engaños y alteración de documentos, en donde había cobrado 1’703,850.00 por concepto de gastos por aparatos ortopédicos. Con estos antecedentes, nadie dudaba de los rumores que corrían sobre la corrupción que había instaurado la deshonesta funcionaria en la Secretaría de Salud.

Armando “El Chino” Guerra era otro de los reiteradamente señalados como ladrones del presupuesto.“El Chino” Guerra venía del saqueo de la UAC organizado por el Rector Remigio Valdez Gamez, con el que fue Director de Extensión Universitaria. Se coló al gobierno montemayorista como administrador del naciente Icocult por recomendación de su amigo íntimo, Sergio Verduzco Rosán, propietario de la constructora Server.

Desde la UAC, “El Chino” Guerra ha sido constantemente acusado de prepotente, vividor, abusivo y corrupto. Le gusta rodearse de jovencitos gay, y exigía favores homosexuales a cambio de chambas, becas, apoyos, publicación de libros, exposiciones, etc. Pero “El Chino” Guerra seguramente nunca robó tanto ni le dio tanto vuelo a su perversión, como lo hizo en el gobierno de Humberto Moreira Valdés, cuando ocupó la Dirección del Icocult.

Desde el principio de su gobierno, Montema- yor se rodeó de cortesanos, ineptos y corruptos, al igual que todos los gobernadores, y en el primer año ya todos había mostrado sus malas mañas, sin que recibieran castigo alguno. Aún faltaban los principales negocios del sexenio montemayorista, y para realizarlos se requería de cómplices.

En enero de 1995, luego del “error de diciembre”, cuando la campaña ordenada desde Los Pinos en contra del ex Presidente Carlos Salinas estaba en su apogeo, la revista Proceso publicó una entrevista con el potentado coahuilense Carlos Abedrop Dávila, en donde defendía al gobierno salinista y al modelo económico que había impuesto Salinas de Gortari.

En aquella entrevista Carlos Abedrop cuestionaba las medidas tomadas por el naciente gobierno zedillista: “La crisis mexicana es financiera, no económica”. “El peso no estaba importantemente sobrevaluado”. “El déficit en la cuenta corriente no era grave”. “El gobierno ha dado una imagen de inseguridad e impotencia”. “Fue muy desafortunado el manejo de las cosas, falta oficio político”. Y para justificar la fuga de capitales que puso en crisis al gobierno mexicano señaló: “El dinero es lo más miedoso del mundo”.

La entrevista de Carlos Abedrop la comenté ampliamente en El Periódico..., incorporándole algunos datos sobre el personaje que había recolectado en mis pláticas con Federico Berrueto Ramón y Óscar Flores Tapia.

En mi comentario escribí: “Carlos Abedrop Dávila es quizás el único empresario e inversionista de la cúpula del poder económico que antes de ser multimillonario fue luchador social de ideología marxista. Por eso conoce las tesis de Marx al igual que los principios del capitalismo mundial. Cuando joven, en su natal Coahuila, fue un brillante estudiante y un excelente organizador de células comunistas”.

La edición de El Periódico... donde publiqué mis comentarios llegó hasta las manos de Carlos Abedrop, gracias a su sobrinomis sexenios Salomón Abedrop López. En respuesta, el potentado coahuilense me envio una afectuosa carta que conservo con aprecio, en donde me agradece “el generoso tratamiento que dio en su comentario a la entrevista que concedí a Proceso”. Luego supe que le había agradado que recordará su pasado marxista en Coahuila. Finalmente reconocía esa época como parte importante de su vida. En ese tiempo Carlos Abedrop tenía 74 años. En el sexenio salinista había sido el potentado más cercano al poder presidencial.

A mediados de enero se hizo evidente en el Hospital Universitario de Saltillo (HUS) la inconformidad de los trabajadores (la mayoría mujeres) con el director Miguel Ángel Talamás Dieck, con quien tenían diferencias desde que lo había nombrado el Rector Remigio Valdez cinco años antes, debido a sus medidas contra los trabajadores.

Talamás Dieck había iniciado el año con una serie de medidas que lesionaban a los ciudadanos y a los trabajadores del Hospital. Encareció las tarifas de los servicios hospitalarios, a tal grado que el HUS dejó de ser el hospital civil de la ciudad; les quitó el servicio hospitalario a los trabajadores y a sus parientes directos, y prescindió de los suplentes que cubrían a los trabajadores de base en sus vacaciones, incapacidades, permisos, etc.

Con el apoyo de Francisco Navarro Montenegro y del Partido del Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional, un grupo de trabajadoras inició pláticas con el director del HUS, pero la soberbia patronal anuló cualquier acuerdo.

Ante la sordera patronal, las trabajadoras decidieron presionar bloqueando el acceso a las oficinas administrativas del Hospital, y elaboraron un pliego petitorio que le dieron a conocer al Rector, donde pedían: La destitución del Director y Subdirector, la eliminación de la nómina de compensaciones para los favoritos del Director, la reducción de las tarifas hospitalarias, la reinstalación de los trabajadores despedidos injustificadamente, la recontratación de suplentes, servicio médico gratuito a los trabajadores y a sus parientes directos,.el pago del bono sexenal, la realización de una auditoria al HUS, por un contador propuesto por los trabajadores, y el reconocimiento de la base a los trabajadores suplentes que ocupaban vacantes permanentes.

La rectoría aceptó pláticar con las trabajadoras si se levantaba el bloqueo a las oficinas, pero no se aceptó, y la respuesta fue dividir a los sindicalistas. Los representantes sindicales se pusieron del lado del patrón y fueron destituidos. Con nuevos líderes, los trabajadores decidieron iniciar un movimiento enfocado a conseguir sus demandas.

Por esos días, las dirigentes del movimiento me buscaron para que las asesorara. Me pareció raro que el Rector no resolviera el problema laboral en el HUS, sobre todo porque el director ya había entrado en conflicto con los trabajadores, lo que hacía insostenible su permanencia en el cargo.

Acepté a involucrarme en el movimiento, y días después de entrevistarme con las dirigentes, Rogelio Montemayor me invitó a platicar. Para ese entonces ya se había restablecido mi relación con el gobernador, pues antes de que cumpliera su primer año de gobierno, me mandó llamar con Armando de la Peña Rodríguez, y limamos las asperezas.

La cita fue a las 10 de la noche en el despacho gubernamental “para poder platicar sin ninguna presión”. Intuí que Montemayor quería hablar sobre el caso del Hospital Universitario, pues aunque creía que el gobernador nada tenía que ver con el conflicto universitario, estaba seguro que ya le había llevado el chisme de mi involucramiento en el movimiento.

Y no me equivoqué, cuando me recibió fue directo al grano. ¿Eres mi amigo?, me preguntó. Sorprendido por su pregunta le respondí que de eso no había duda, que se lo había demostrado desde su arribo a Coahuila. -Entonces, me dijo, quiero que hables con Lourdes Quintanilla (la secretaria de Salud), para que le digas cuáles trabajadores se quedan y qué puestos directivos quieres que ocupen, pues se va a privatizar el Hospital Universitario de Saltillo, tú mejor que nadie sabes que es una carga económica para la Universidad. Ayudanos en la privatización, dale tus puntos de vista a Lourdes, yo le daré instrucciones para que tome al pie de la letra lo que tú le sugieras, ayudanos a que esto no sea conflictivo”, concluyó.

Hasta ese momento conocí el origen de la soberbia de las autoridades universitarias, habían convencido al neoliberal de Montemayor de vender el HUS, para quitarse la supuesta carga económica que representaba. Talamás Dieck había aumentado las tarifas de los servicios, porque la Rectoría le había disminuido su presupuesto. Así acordaron iniciar el proceso de privatización.

Por mi parte, nunca he estado de acuerdo con las privatizaciones que hace los gobernantes de los bienes comunitarios, además yo conocía perfectamente la situación de los tres hospitales de la UAC, porque durante años trabajé en ordenarlos y en darles sistemas de control para eficientizar su servicio y evitar el saqueo.

En respuesta le manifesté al gobernador mi desacuerdo con la privatización del HUS, porque desde su nacimiento había sido el hospital civil de Saltillo, a donde acudían los ciudadanos de escasos recursos que no contaban con otra institución médica que los atendiera. Lo traté de convencer de que había otro camino para no privatizar el Hospital: el de la eficiencia, que alguna vez pusimos en práctica en el HUS y había funcionado, pero Montemayor ya no entendía razones. Por eso fui claro y le dije: No estoy de acuerdo, lucharé con los trabajadores para evitar que el HUS sea privatizado.

Con la molestía reflejada en el rostro, Montemayor también fue claro: Lamentó mi desacuerdo y me dijo que la decisión estaba tomada y que se llevaría a cabo. Me despedí, y me fui pensando lo difícil que estaba la situación, pues atrás de la intransigencia patronal, estaba la decisión privatizadora del gobernador. Por tal motivo, sin desearlo, la lucha sería a final de cuentas en contra de Montemayor. Así se los dije a las trabajadoras, quienes después de analizar el caso, decidieron dar la lucha.

A partir de ese día, las únicas respuestas que recibieron las trabajadoras de rectoría, con la anuencia del gobernador, fueron campañas mediáticas difamadoras, despidos, denuncias penales, amenazas de encarcelamiento, hostigamientos, levantamiento de actas laborales para realizar despidos masivos, y el amedrentamiento de los porros, que Alejandro Dávila Flores volvió a utilizar para dirimir los conflictos con los trabajadores universitarios.

Montemayor también endureció su actitud, eran tiempos en que el Presidente Zedillo estaba persiguiendo al salinismo, y seguramente algún pendejo cortesano le había vendido la idea de que había “Mano negra” en el movimiento de las trabajadoras del HUS. Algún intrigoso le hizo creer a Montemayor que el movimiento era para desestabilizar su gobierno.

El 2 de marzo, a las 10:30 de la mañana, seis trabajadoras iniciaron una huelga de hambre en la Plaza de Armas; y a las 12 horas Alejandro Dávila Flores rendía su Primer Informe como Rector de la UAC en presencia de los “notables” coahuilenses, entre ellos el gobernador. Hasta la explanada del Ateneo Fuente se trasladó un grupo de trabajadoras del HUS, para pedir la intervención de Montemayor en la solución del conflicto.

A su arribo, el gobernador no quiso hablar del asunto, pero prometió que platicaría con las trabajadoras cuando terminara el acto. Dos horas después, a la salida del Ateneo Fuente, Montemayor acompañado por el Rector y escoltado por porros, no quiso platicar como lo había prometido, e insistió en que las partes en conflicto hablaran y llegaran a un acuerdo.

Rodeados de porros, el gobernador y el Rector caminaron hasta el vehículo gubernamental, y ante el acoso de los reporteros que les pedían una declaración, los porros comenzaron a agredir a los periodistas ante la mirada del mandatario y la sonrisa del rector. La insensibilidad y la falta de oficio político cobrarían su factura con una zacapela. El informe rectoral se había ensombrecido con la violenta reacción de los golpeadores.

Al día siguiente, la televisión dio a conocer la versión pagada por el gobierno y la rectoría, convirtiendo a los agredidos en agresores. Juan Andrés Martínez (corresponsal de Televisa) aún recuerda aquella agresión, pues él fue el primero al que se le echaron encima los porros.

Ese día también, el Delegado de Profeco, Óscar Olaf Cantú, a nombre del gobernador acusó a algunos periodistas de ser los instigadores de la violencia en el Ateneo Fuente, y dijo que estaba solucionado el 80 por ciento de las demandas de las trabajadoras, que quedaría pendiente la destitución del director para que se realizara en los próximos días, y que esa propuesta se las daría por escrito el rector, porque son las instrucciones del gobernador. Pero nada de lo prometido por Óscar Olaf era cierto.

El mismo día Jorge Masso nos invitó a su casa a Navarro Montenegro y a mi, según nos dijo porque el gobernador le había pedido que hablara con nosotros. También Óscar Olaf Cantú fue invitado. Masso me pidió que le contara cómo habían sucedido las cosas. Brevemente le dije lo que había pasado, pero Olaf no estuvo de acuerdo con mi versión y quiso dar la suya, pero lo callé, lo mandé a la chingada y lo acusé de ser, junto con Alejandro Dávila, los que habían pagado las difamaciones en contra de nosotros. Y para rematar, le advertí a Jorge Masso que no se metiera, que si el gobernador quería platicar conmigo me hablara él y no me mandara emisarios.

Salí pensando en cómo llevar el movimiento a buen término, y sólo había una forma de hacerlo: sacando el problema del Estado y llevarlo a la ciudad de México para resolverlo. Y a eso me dediqué los siguientes días...

(Continuará).
El inicio del sexenio montemayorista...

 
robledo_jgr@hotmail.com
 
 
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

     
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